sábado, 26 de octubre de 2013

¡¡POR LADRÓN!!

 Todos los días, a eso de las cinco de la tarde, pasa una mujer joven, limpia y sencilla, por la puerta de mi escuela, aprisionando fuertemente  en su mano un portamonedas tan abultado, que mi imaginación de estudiante famélico, se desborda pensando todo lo que se podría comer, vestir y divertir, con el tesoro que tal vez guarda, ese pequeño bolso. Todos, los días pasa...
     La hora, la mujer y el bolso, fueron esclavizando mi voluntad y todos los días a las cinco de la tarde me apostaba paralelo al machón secular del portón de mi escuela y con taladrante obsesión veía a aquella mujer, su mano y el abultado portamonedas.
     Una tarde la seguí haciendo cálculos y planes para despojarla de su dinero; tenía hambre, los zapatos rotos, y rencor contra mi orfandad. No quería ser limosnero, prefería ser ladrón, aunque temblando, me prometía arrebatarle su bolso , correr veloz, huir zigzagueante por callejones y plazas y ocultarme en la promiscuidad de una vecindad, y a la caída de la noche, encaminarme a mi casa, y sobre la mesa de oyamel, abrir el portamonedas y derramar las ascuas de oro de esas monedas en cantidad impresionable; pero esta tarde solo pude caminar de tras de ella y con pensamientos “secundarios” veía el vaivén de sus caderas jóvenes, sus pantorrillas torneadas y “gorditas", sus hombros redondos, su cuello moreno y su pelo caudaloso y negro como mítico océano, su falda de algodón acentuaba la hendedura central de sus “ancas” y su leve taconeo era como la gota de agua que monótona y rítmica cae pertinaz hasta tumbar la voluntad del hombre ; en algún sitio me detuve y ella se alejo hacia el anonimato.
     Así pasaron algunos días, pocos en verdad; me obsesionaba el bolso y la mujer. Ella quizás ajena, al pasar todas las tardes frente a mí, cumplía una cita con el destino inexorable e irreversible, pasaba cuando brillaba el sol, pasaba cuando la lluvia tenue lavaba las fachadas y hacia olorosa la tierra, pasaba cuando estaba nublado y melancólico el crepúsculo… pero pasaba, pasaba todas las tardes a las cinco. La hora, la mujer y el bolso me obsesionaban, tenia hambre y frio y decidí robar ese portamonedas, quería todo ese dinero. Espere las cinco, me aposte paralelo al machón secular del portón de mi escuela y espere… la vi acercarse, como siempre, pasó junto a mí y se fue alejando; yo camine tras ella, fui acortando la distancias, me acerque mucho, le toque el hombro del lado contrario de la mano con el bolso, volvió el rostro y evitando su mirada, gire en redondo y le arranque el bolso… huí… corrí veloz, huí  zigzagueante por callejones y plazas y me oculté, no en la promiscuidad de una “vecindad”, sino en la nave desierta de un templo; mi corazón palpitaba con ruido de mazo sobre yunque, los tintilantes cirios me guiñaban  sus ojos siniestros y yo esperaba…  esperaba… Afuera, en el reloj de la torre, sonaron las ocho campanadas, con que se alejan a los fieles y se dan por terminados los actos de fe, la iglesia se cierra y la gente se va; llegué a mi casa, abrí el portamonedas y  contemplé lleno de asombro el contenido… era la mano cercenada de un joven y un pliego que decía: POR LADRON…  

Emma Rosa de Marques